Mi atención en este ciclo se centra en lo que comúnmente se conoce como confusión, caos, desorden, maraña, donde el ojo busca infructuosamente estabilidad en el orden y la estructura.
El viento sopla, en el murmullo de la selva caen las hojas por montones y se agrupan esparcidas por el suelo. En los momentos mas tranquilos se deslizan por los aires, solitarias y silenciosas, para luego acomodarse suavemente la una sobre la otra. Este es el lugar donde los seres visibles y los invisibles coquetean y abrazan en la interacción de colores, poco antes de verse sumergidos y fundidos en la noche de la vida, en aquella nada que es el todo.
El surtido sonido de colores parece entretejerse con el de los tonos y ruidos, de la misma manera como la liana entrelaza con infinitas vueltas y curvas a troncos y ramas de las copas de grandes y pequeños árboles, y sí – al final se los devora o los obliga a rendirse transformándose en el humus, la placenta de la jungla. En el tiempo de transición, durante las variaciones generadas por las mareas del año, cuando las hojas viejas ya se han soltado y las nuevas aún no se muestran, es que con el sol al poniente este tejido se pone al rojo vivo.
Con pasos enérgicos o cautelosos los pies pisotean las capas habidas en el suelo, un caos de crecer y perecer. Crujidos, chirridos, chasquidos, caricias, arrugas, crepitaciones… la naturaleza responde, nos cuenta sobre si misma, sobre su condición y de cómo nos vive. Estos sonidos generados conjuntamente se mesclan melódicamente en la sinfonía del sonido del mundo vegetal circundante jugando con el viento, el sol y la lluvia y el silbido y zumbido de pájaros y insectos, a veces voluminoso a veces delicado y sin embargo siempre hablando del silencio.
Lo que inicialmente parece ser una mezcolanza no diferenciada, al ser contemplada y escuchada, se transforma en el debido tiempo en una obra de arte total, en un concierto audiovisual sin partitura ni dirigente.