Libre de intención paseo a diario con mis perros por espacios naturales de nuestra propiedad, nada especial, entre plantas y árboles que habitualmente crecen en la zona, siempre por la misma ruta.
De repente ocurre – o quizá no – y soy sorprendida. Mi mirada se enreda a alguna cosa que comúnmente no resalta, no es significativa, pero ahora si, en esta situación lo hace, en esta luz se presenta a mis ojos como si fuese una joya. Lo usualmente reconocido como casi o ya completamente muerto vuelve a relucir cobrando vida en su belleza de color, estructura y forma como elemento de vida, muchas veces solamente en pocos cm2. Despierta en mi un sentir íntimo e inocente con el permiso de poder ver detrás de la fachada la apasionada vida interna de la naturaleza, no de sus órganos o de sus esqueletos, sino la de su ser en expresión.
Mis perros me han inspirado. Durante nuestros paseos conjuntos husmean con sus hocicos pastos, hojas y ramas entreverados con la tierra. Yo los sigo y me convierto en parte de esa comunidad, un sentimiento de existencia pura, de esencia, del enraizamiento en la tierra y de fusión con los seres animales y vegetales que me incluyen y envuelven.
Yo no puedo husmear al mundo con mi nariz como lo hacen los perros en el suelo crujiente, pero no puedo y no quiero apartarme de su presencia en su actuar. Así es que dejo que mis ojos reconozcan al mundo y que aleteando como mariposas sobre el suelo se posen en el lugar donde una gota de luz haga relucir la oscuridad.